SSF-COORDINACIÓN FEDERAL
El infierno, en pleno centro
Quique dos años después, en julio de 1979, cuando trabajaba como esclavo en el laboratorio fotógráfico de la Esma.
La Superintendencia de Seguridad Federal (SSF) también llamada “Coordina”, fue un antro de una maldad vesánica a un kilómetro del obelisco y a menos todavía del Congreso. Allí se machacó, violó y ultrajó a los detenidos-desaparecidos hasta extremos insoportables de imaginar.
POR JUAN JOSÉ SALINAS / CARAS Y CARETAS / PÁJARO ROJO
Hace unos días se cumplieron 35 años desde la explosión de la bomba puesta por Montoneros en el comedor de la Superintendencia de Seguridad Federal (SSF), con un saldo de 18 muertos, que algunas fuentes estiran hasta 24 o más. Todo indica que el artefacto fue colocado por José María Salgado, un montonero que había sido “coreano” –como se llamaba a quienes hacían la colimba en la Policía Federal– y que se había enganchado como agente. Dos meses después, “el grupo de tareas” que tenía ese lúgubre edificio de la calle Moreno 1417 de la ciudad de Buenos Aires como sede molió a palos a treinta prisioneros no registrados, treinta desaparecidos que mantenía cautivos allí, veinte varones y diez muchachas, los cargó semiinconscientes, los trasladó hasta un descampado en la localidad de Fátima, Pilar, los acribilló a balazos, apiló sus cadáveres y los dinamitó destrozádolos de tal modo que una decena de ellos todavía no pudieron ser reconocidos.
En cuanto a Salgado, fue secuestrado y conducido detenido-desaparecido a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde tiempo después otro montonero desaparecido y convertido en colaborador de sus secuestradores, lo señaló como quien había puesto la bomba en “Coordina”, como se le seguía diciendo a la SSF, por su antiguo nombre de “Coordinación Federal”, el que tuvo desde el primer peronismo el órgano coordinador de la represión política, subordinado explícita o tácitamente desde su nacimiento al servicio de informaciones (luego, de inteligencia) del Ejército.
Resultado: los marinos de la Esma torturaron a Salgado hasta que confesó todo (incluida la cita que tenía con Rodolfo Walsh para buscarle alojamiento a una compañera perseguida) y lo entregaron a la Policía Federal. Según su autopsia –Salgado, se dijo entonces, había sido “abatido en un enfrentamiento”– le habían arrancado dientes, muelas y ojos en vida.
A diferencia de la ESMA, ese edificio, por el que se estima que también pasaron varios miles de personas, la mayoría de las cuales fueron desaparecidas para siempre, no sólo no se convirtió en museo del horror, sino que permaneció en poder de la Policía Federal, sirviéndole de cerebro. En honor a esas víctimas hace ya casi tres años se puso una baldosa en la vereda, frente a su puerta. Y este año la ministra de Seguridad, Nilda Garré, señalizó a ese lúgubre edificio de ocho pisos como CCD (Centro Clandestino de Detención) mientras circulan por ahí algún proyectos para convertirlo en una Casa de la Memoria y la Juventud e intentar borrar así el terrible estigma que lo marca como un hierro incandescente.
Porque la SSF, “Coordina”, fue, al menos dentro de la Capital Federal, el peor lugar de torturas que pueda concebirse, todavía por encima del circuito “Club Atlético-Banco-Olimpo” dependientes de la SSF y regenteados por los mismos torturadores.
No conozco ningún testigo mejor del horror que se vivía en la SSF durante la dictadura que Carlos “Quique” Muñoz, el joven montonero que permaneció secuestrado en los calabozos de la SSF durante 12 días durante la primera mitad de junio de 1976, y que volvió a ser detenido-desaparecido dos años después, esta vez en la ESMA, situación a la que también sobrevivió, trabajando para sus captores como fotógrafo esclavo. Tal como lo hizo Víctor Basterra, hoy directivo del Instituto Espacio para la Memoria, con sede en el principal edificio de la ex Esma, ahora Archivo Nacional de la Memoria y sede de todos los organismos de Derechos Humanos bajo patrocino de la UNESCO. Ninguno de los dos perdió el alma en aquellos sótanos. Y conservan la amistad y el sentido del humor, aunque éste resulte muchas veces inevitablemente negro.
En la ESMA, como era habitual, sus captores indujeron a Muñoz a escribir una historia de su militancia. Ese texto, es evidente, cayó en manos de Eugenio Méndez, un escriba al servicio del general genocida Domingo Bussi. Méndez lo utilizó como eje de un libro calumnioso llamado Confesiones de un montonero en el que le atribuyó a Muñoz falsedades tan evidentes como una supuesta participación suya en el asesinato del secretario general de la CGT, Ignacio Rucci.
Muñoz está en condiciones de comparar ambos infiernos, y así cómo habla sin tapujos de lo ocurrido en la ESMA desde 1985, cuando este periodista le hizo un sonado reportaje[1], y no tuvo problemas el año pasado en ofrecer un largo y pormenorizado testimonio de su cautiverio en la ESMA, en cambio jamás lo había hecho sobre su breve temporada en la SSF.
Hasta ahora: cuando el periodista le hizo notar que su querido hermano Fernando (peronista y candidato a legislador en las filas de Aníbal Ibarra) le había dicho que jamás había escuchado dar detalles de aquél primer cautiverio, Muñoz recapacitó. Y explicó que aunque hace tiempo que intenta narrar sus desventuras en la SSF, todavía no pudo llegar al hueso.
A continuación, con la voz a veces quebrada por la emoción, brindó de corrido, como quien vomita un veneno, un testimonio estremecedor. Lo hizo, curiosamente, en un café, a una cuadra de la ex ESMA.
A continuación, parte de sus dichos:
“Tenía 18 años y yo y mis compañeros vivíamos con mucho fatalismo. Nuestra caída parecía inevitable. (...) Las primeras semanas después del golpe no había pasado nada. Teníamos un pacto no escrito con la comisaría 20ª. Un pacto de no agresión. Así, seguíamos haciendo trabajo político y no nos jodían. A cambio no hacíamos ninguna cagada. Pero en mayo tuvimos un plenario de Montoneros Sur Capital. Una locura. Me pasaron a buscar por Plaza Italia en un (Peugeot) 504 y me llevaron tabicado a una quinta de la zona oeste. Estaba parte de la conducción de la columna Capital. Estaban María, Mora y el Pelado Diego (Nelson Latorre), que venía de las FAR. El mismo que cayó en la ESMA y se dio vuelta como una media. No aguantó ni medio disco.
En el plenario admitimos que teníamos ese pacto con la comisaría. Para qué. Nos acusaran de reformistas, nos dijeron que el país estaba en guerra y que nosotros estábamos pelotudeando como si fuéramos del pecé (el Partido Comunista). Los que más nos criticaron fueron El Pelado Diego y Mora (de la que sólo se sabe que había sido la secretaria del diputado nacional Leonardo Perejil Bettanin –asesinado el 2 de enero de 1977 junto a su hermana Cristina–, que también utilizaba el nombre “Blanca”, que estuvo desaparecida, fue liberada y se radicó en Londres. N. del E.).
La consecuencia lógica fue que tan pronto terminó el plenario, se ejecutaron dos operaciones militares en el barrio (San Cristóbal): hicieron boleta a un policía en Rioja y Pavón, y a los dos días ametrallamos la comisaría. Y la consecuencia lógica de este accionar fue que se pudrió el barrio. El 2 de junio nos allanaron un depósito que teníamos en la calle Alberti. Ahi cayó El Francés, Omar Dousdebes, el jefe militar de la zona nuestra (el mismo que siendo colimba en la ESMA había sido uno de los sublevados del 17 de noviembre de 1972, día que Perón regresó a la Argentina después de 17 años de exilio. N. del E.) que falleció hace poco.
Omar cayó en un depósito allanado, y adentro del depósito descubrieron un embute con un control. ¿Te acordás de los controles, de los papelitos (con los nombres reales de quienes participaban en una operación, cosa de comunicárselos a los abogados en el caso de que fueran detenidos. N. del E)?. Bueno, ahí había un control. Y entre otros estaban los datos de un compañero llamado Alberto, del que nunca supe el apellido. Lo van a buscar y lo hacen cantar. En (la Superintendencia de) Seguridad Federal contaban que le habían dado máquina en su propia casa, 220 watts directos con (los cables de) un velador.
Silvana y David. Alberto cantó una cita en La Ópera (el café de Callao Corrientes) con Silvana, y con El Gordo David (Feldman). Cuando cae la patota, Silvana (Benincasa) sale por la puerta de Callao y David por la de Corrientes. A ella la tumban de un balazo en la pierna, a él lo reducen sin herirlo. Los dos habían militado en la JUP (Juventud Universitaria Peronista) y después pasado a territorio, a la (circunscripción) 2ª, Parque Patricios. Era la época en que los universitarios tenían que hacer una práctica territorial. Con Silvana Benincasa tenía muy buena relación. Le decíamos La Gorda no sé por qué, porque era una piba rubia muy pero muy linda. Era de Pehuajó, estudiante de la Facultad de Psicología y más grande que casi todos nosotros, ya que tenía 27 años. Era la compañera de un jefe de la zona, un oficial primero al que le decíamos Patán. David también era rubio y él sí, era un poco gordo. Nos conocíamos de vista, pero no habíamos tenido mayor relación.
Al día siguiente de la detención de Silvana y David, el 3 de junio, y a consecuencia de la caída del depósito y de ellos, así como del ametrallamiento de la comisaría y de las demás cagadas militares que estábamos haciendo, se armó un gran operativo en la zona. Cortaron San Juan y Jujuy e hicieron "pinzas" (controles de documentación de automovilistas, pasajeros y peatones) ahí y en la calle Rioja. Entonces Jujuy era mano para Once: yo iba con un bolso con fierros en un colectivo 118 que había tomado en Amancio Alcorta. Iba a una cita, en Piedras y Caseros, cuando me topé con la pinza. Serían las 8 y media o 9 y en la calle ya no quedaba nadie. Vi la pinza una cuadra antes, a la altura de Cochabamba y me nadé para adelante y lo apreté al colectivero. Le dije imperativamente que me abriera la puerta -la única que tenían aquellos bondis era la delantera– y me bajé. Dejé el bolso con los fierros en casa de un adherente uruguayo que tenía un bar en la calle Dean Funes. Me puso una cara de orto impresionante.
Muñoz actualmente en el sótano del Casino de Oficiales de la ESMA
Pinzas. Empecé a caminar por (la calle) Constitución y me encontré con El Negro Chimino. Es decir, con Carlos Enrique Fidale, mi amigo, que tenía un año más que yo, 19. No debíamos habernos hablado, estábamos en ámbitos diferentes y no deberíamos habernos dado bola, pero él me encaró y me dijo. “Vengo de levantar una cita en Rioja y San Juan. Hay una pinza allá y está todo podrido. Me parece que me están siguiendo". Y yo le dije: "Hay otra pinza en Jujuy y San Juan. Vengo de ahí". Y recuerdo que agregué: "Hagamos antiseguimiento". Una estupidez de la orga. Porque hacer antiseguimiento… no servía para nada. Lo que había que hacer era escapar. Me cuesta perdonarme esa noche. Porque en vez de decirle al Negro “andate”, le dije “vamos juntos". Qué cagada habernos movido como amigos cuando la cosa estaba recontrapodrida y lo lógico era que cada uno fuera por su lado...
Quería tomar el 32, que pasaba por 24 de noviembre. Pero hicimos tanto antiseguimiento que nos pasamos de largo y llegamos a Loria. La idea doblar e ir otra vez hasta 24 por Garay y separarnos. Pero cuando doblamos Loria, desde dos autos –uno era un taxi–, nos dieron la voz de alto: "¡Contra la pared!".
Previamente yo le había preguntado a Chimino si estaba limpio y me había dicho que si. "Yo también estoy limpio", alcancé a decirle. Sabía su nombre y apellido porque lo conocía de la época buena, cuando teníamos el local en la calle Pavón. Incluso conocía su domicilio legal, la casa de sus padres, en la calle Esteban Deluca. Pero él no sabía mi apellido, sólo sabía que me llamaba Carlos.
Alcancé a decirle "Ojalá nos pidan documentos", pero no a decirle mi apellido. Los tipos nos pusieron contra la pared, nos palparon y nos subieron al taxi, un Chevrolet 400. A mi me tiraron en el piso y al Negro lo pusieron arriba mío. Uno de los tipos le puso la pistola en la cabeza y exclamó "Montos hijos de puta, se acabó la historia". Eso me quedo grabado. Me acuerdo hasta de la voz del tipo. Ahí me dije: “Sefini”.
En el purgatorio. Los tipos dieron un par de vueltas y nos bajaron en la cuadra de Cochabamba. Nos agarraron de los pelos gritándonos "¡No miren!¡No miren!", pero enseguida nos dimos cuenta de que estábamos en la Comisaría 20ª, a la que nos metieron a piñas. A mí me llevaron a una especie de baño y me siguieron dando piñas va y piña viene. Era un lugar muy chiquito y rebotaba contra las paredes. Recuerdo que les dije "Yo soy el sobrino del comisario mayor Cavani", una especie de tío político. Pero me contestaron "Hay muchos comisarios" y me siguieron pegando. Después de cobrar me tiraron en otro ambiente, que calculo era más amplio, y al rato lo tiraron también al Negro Chimino.
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Me habían vendado los ojos con mi propia bufanda. Porque yo, como había estado haciendo el traslado de los fierros, estaba muy bien empilchado. Con saco marrón y camisa y botitas al mismo tono y haciendo juego. Bueno, lo trajeron al Negro Chimino, un pibe nacido en San Juan, bien de barrio, muy pintón, amigo mío, al que hacía poco la conducción había mandado al área de Prensa. Uno de nuestros captores nos ordenó que no habláramos entre nosotros. Teníamos la sensación de que había ahí alguien parado, observándonos. Pero pasado un tiempo nos pareció que estábamos solos y me atreví a decirle "Yo soy Muñoz de apellido". Y el Negro me dijo: "A mí me dieron picana".
El día anterior, había cobrado el sueldo, un millón trescientos mil pesos, Pero ya le había pasado parte de la plata a mi responsable, el Coco Fatala, así que andaba encima con más 700 mil pesos... Recuerdo que el sueldo mínimo era de 600 mil pesos, y aunque se suponía que tenía que entregarle el resto a la orga, había hecho una pequeña trampa y me había quedado con 730 mil pesos. Para qué. En el auto en que nos llevaron a Coordina me sacaron toda la plata. Y también los documentos.
Recibimientos. Siento que caminamos por un lugar amplio (calculo que sería el garaje) nos meten en una especie de ascensor o montacargas, nos suben, siempre a los golpes. Llueven piñas por todas partes. Nos dicen que ahora vamos a saber lo que es bueno, “Van a ver lo que tenemos reservado para ustedes”; “Ahora van a saber lo que es la máquina”. Apenas bajamos, nos ponen en bolas a los dos. Me cagan a trompadas otra vez, me tiran al piso y desde ahí escucho como le dan picana al Negro. Estaba ahí nomás, muy cerca. A mi cada tanto me daban una patada, pero estaban muy concentrados en Chimino. Que repetía una y otra vez: "Carlitos no tiene nada que ver".
Nuestra coartada era que nos conocíamos de una asociación vecinal, a la que llamábamos así, “La Vecinal”. Habíamos impulsado su constitución cuando, por el pase a la clandestinidad (de Montoneros), nos vimos obligados a cerrar la Unidad Básica. “La Vecinal” estaba en la calle Constitución, entre Rioja y Dean Funes. Tenía billares, mejor dicho pool, y venían bastantes vecinos. ¿Sabés? Ahí, en el primer piso, estuvo guardado el cajón de (el general y ex presidente de facto Pedro Eugenio) Aramburu. Sí, el fiambre de Aramburu estuvo guardado ahí. ¿Te acordás cuando se lo llevaron del cementerio de La Recoleta? Bueno, el jefe de esa operación, ahora e puede decir, fue El Francés Dousdebes.
La cosa es que allanaron la Vecinal y trajeron a todos los vecinos que encontraron, aproximadamente unos treinta. Entre ellos había uno, de apellido Canale, que tenía una pata de madera, una prótesis. Los cagaron a trompadas a todos, les dieron máquina a todos. Sobre todo a Canale.
La máquina.Sigo la secuencia. Le dan máquina a Chimino un rato bien largo y después me empiezan a dar máquina a mí, Me suben a una especie de elástico y me ponen algo enredado en el dedo gordo del pie, supongo que sería un cable, Me mona y me pasan por el cuerpo una bolita. Era terrible, te-rri-ble. No tenía con que comparar pero era doloroso hasta la concha de la lora. Me preguntaron por La Vecinal, me preguntaron por "Melli", un compañero que había sido referente del Partido Peronista Auténtico y que era el presidente de La Vecinal. El Melli estaba prófugo. Hacia como dos meses que le habían allanado la casa. Así que le dije a los que me picaneaban que yo podía decirles donde estaba su casa y con eso logré parar la picana. "Es en la calle Cochabamba tal número”, les dije. Y ahí me recagaron a palos. "Esta dirección no sirve, hijo de puta", me dijo uno. "Señor, es la dirección que yo conozco. Tengo buena voluntad y trato de colaborar ¿por qué no sirve esa dirección?", respondí, haciéndome el boludo.
El interrogatorio era absurdo. “¿Dónde está la plata?" me preguntaban. “¿Qué plata?" decía yo. Me preguntaban Cómo se llamaba mi tío comisario. "Aldo Cavani" respondía aunque no fuese estrictamente cierto porque Cavani no era en rigor mi tío sino un primo de mi viejo.
En la heladera. Me tuvieron dándome máquina un rato larguísimo, no sé cuánto. Y después, medio quemado, me tiraron con las manos atadas a la espalda en un “tubo”, un calabozo chiquito. Ahí estaba Chimino y otro más que no sé quien era pero que se la pasaba llorando. Lloraba entrecortadamente. Hacia mucho frio y El Negro le decía "No llores mas, no hinchés las pelotas". El Negro me dijo que estaba completamente desnudo, no le habían dejado nada. Yo, en cambio, conservaba parte de la ropa, el calzoncillo, el pantalón de corderoy y el saco, un saco muy paquete. Las botas me las habían sacado al toque. Apenas entré al calabozo me vinieron a preguntar cuánto calzaba y ahí mismo me las afanaron. El suéter y la camisa me los habían cagado después. Hacía un frío de cagarse, pero además estaba el tema del pudor. Tenía las manos atadas atrás, no esposadas, y me di cuenta de que las podía pasar para adelante. Así que le dije a Chimino: "¿Querés que te pase los calzoncillos?". Me acuerdo que se río y no me contestó. Así que me flexioné un cacho y me saqué los pantalones, y después me saqué los calzoncillos, se los pasé y me volví a poner los pantalones.
Violaciones. Pedías agua y no te contestaban, pedías ir al baño y no te contestaban. Así que meábamos en uno de los rincones de la celda, adónde nos arrastrábamos. Estábamos muy hechos mierda, muertos de sed y de terror. El Negro me comentó en un susurro "¿Viste como duele la máquina de acá? En comparación, la de la comisaría no dolía nada. Yo gritaba para no defraudarlos". Mantenía el sentido del humor pese a que estaba hecho remierda, muy quemado... Y al lado nuestro, en otra celda, estaba Silvana. Gritaba. Deliraba. Una de las cosas que decía era "Patán, Patán, yo no te canté, tu nombre estaba en una boleta de gas". Una y otra vez. Era terrible. Estaba con un tiro en la gamba, no la habían atendido y deliraba. "Vivan los Montoneros", gritaba. En un momento deliberamos con el Negro si le decíamos que se tranquilizara, qué estábamos ahí, pero vimos que era inútil, que deliraba y que en el delirio iba a delatarnos. Pobrecita. Era obvio que a cada rato la violaban porque ella gritaba y se escuchaban golpes. "Salí de acá, salí de acá”, gritaba ella. “Callate hija de puta", le decían. No fue una ni dos veces, sino muchas. Una cosa espantosa. Hay que ser muy perverso para coger a una mina herida que delira.
Así pasamos dos días, hasta que nos sacaron del tubo. No supe nada más de Silvana. Supongo que habrá muerto a consecuencia de la infección... Había otras compañeras ahí. Las tenían en celdas individuales, y por lo que escuchábamos, los horribles también las violaban sistemáticamente. A nosotros nunca nos dejaron higienizarnos. En cambio a ellas, según escuchábamos, las llevaban a bañar todos los días.
En la leonera. Al tercer o cuarto día nos llevaron a “la leonera”, una celda grande dónde estábamos hacinados entre 45 y cincuenta tipos. A poco de estar escuchó que uno grita "Guardia, se me está aflojando la venda" y pensé, "pero qué boludo". Esperé a que se me aflojara, para ver un poco dónde estaba y qué pasaba, pero uno de los guardias se me acercó, amagó golpearme, y como lo vi y me moví, gritó: "¡Este ve!" y me cagaron a golpes y me llevaron a una habitación chiquita dónde me pusieron sobre los ojos tela adhesiva y por encima un cinturón tan pero tan apretado que me rompió el tabique de la nariz y me dejó flor de cicatriz. Recuerdo el "¡crac! Y el dolor. Sentí que la sangre se me agolpaba en la cabeza, que me palpitaba el cerebro.
Salpicado. El Negro había dado como domicilio el de su madre, en Villa Ballester, preservando el suyo real, que era en el barrio, San Cristóbal, en la calle Esteban Deluca, donde vivía con una hermana suya, mayor que él. Pero al tercer día, cuando ya estábamos en la leonera, se ve que detectaron la casa de su hermana, la allanaron y encontraron un par de fierros, un par de granadas y material del área de prensa, dónde laburaba. No sé si fueron los tipos que volvían del allanamiento o la misma guardia los que preguntaron: "¿Quién es Fidale? Que dé un paso al frente". Y entonces El Negro se levantó y este... lo empezaron a cagar a trompadas, a cagar a trompadas, a trompadas… Era algo muy dantesco porque estábamos todos juntos, tirados en el piso, y cuando le pegaban caía arriba tuyo. Y en un momento un tipo recontrasacado nos agarró a los dos de los pelos, "Vení para acá, vení para acá" y nos llevó a un tubo y entró con nosotros. No recuerdo exactamente todas las barbaridades que decía, pero sí que dijo "¿Así que eras inocente hijo de puta?" Estábamos los dos tirados en el tubo con la cabeza para adentro, con las patas contra la puerta... tocándola porque el tubo era muy cortito. Escuche cuando el sacado amartilló el arma. Dijo "Te voy a matar". Y tiró... Estábamos muy cerca con El Negro, hombro con hombro... Yo sentí como su sangre me salpicaba. Y el tipo me dijo "Andá y contalo". Y me llevó de nuevo a la leonera.
En la leonera, no sé cómo, nos juntábamos. Debía ser que nos olíamos. Porque ahí nadie sabía mi nombre de guerra, nada. Yo era Carlos, el boludo, el que cayó por boludo. Ese era mi verso. Pero se me acercó alguien que me preguntó "¿A vos te dicen Quique"? Era El Francés Dousdebes. Y como yo vacilé, me dijo “Soy el Francés”. Era Dousdebes.
Primer ingreso a la ESMA de de civiles en democracia. Inspección ocular de la Conadep en Marzo de1984. Quique Muñozse sienta en "Capucha", en el altillo.
Hermanos. El Francés me dijo “Estoy hecho flecos”, una frase de la época que esa vez era la pura verdad, porque lo habían tajeado mucho con una yilé. “Me chupó mi hermano”, agregó. De pura casualidad, me contó, entre quienes lo secuestraron estaba un hermano suyo que era policía. Y que por ese motivo lo iban a legalizar. Porque su hermano lo había negociado con sus jefes. Me imagino la escena y al Policía diciendo "Huy, qué sorpresa. Este es mi hermano. El que está en el otro bando".
El padre del Francés había sido juez, y el tercer hermano había sido miembro de la Triple A. Así como lo oís. Lo contaba el propio Omar. Decía que tenía dibujada en la pared, detrás del respaldo de la cama, una gran svástica. Curiosamente, cuando llegué a la ESMA, los marinos tenían secuestrados a este hermano de Omar. ¡Y a su padre! y a este hermano de Omar. Querían obligar a que, a cambio de su libertad, se les entregara. Para ellos era muy importante Omar (porque, según él mismo relataba, el día en que Perón volvió del exilio, había sido él quién encañó y redujo al director de la ESMA. N. del E.).
En fin, que gracias a su hermano poli, a Omar lo blanquearon y fue a parar a la U-9, la Cárcel Modelo de La Plata. Y como no le pudieron probar nada, un día lo pusieron en libertad.
La noticia no tardó en llegar a la Esma, y cuando la Negra Bazán (Marta Bazán, alías Coca, la oficial montonera que había pasado a ser la mujer del jefe de la ESMA, el almirante Rubén Jacinto Chamorro. N. del E.) se enteró, empezó a decir "Hay que agarrarlo, hay que agarrarlo". Y salieron a chuparlo. Pero Omar se apioló, saltó la reja de la embajada de Francia y se asiló. Y entonces la patota fue y se trajo al hermano facho y al padre para acá adentro... Esto debe haber sido en octubre del 78 porque cuando yo llegué, ya estaban acá.
El Dousdebes facho nunca hubiera imaginado que sus "compañeros" pudieran tratarlo así. Era una manera de extorsionarlo (a Omar) para abandonara la embajada y se entregara. Pero Omar no aflojó y al final logró irse a Francia. Por lo que después de tenerlos unos dos meses acá, al hermano y al viejo los largaron....
Cantar o no cantar. Omar también me informó ahí, en la leonera, que el que estaba cantando todo era Alberto, el mismo que había cantado la cita con Silvana y David. Otro que estaba cantando, me dijo, era El Camello, un colimba que militaba en Parque Patricios. Fuera de ellos dos, me aseguró, el resto se estaba portando bien. Era verdad, ahí no cantaba casi nadie, los que cantaban eran la excepción, yo no sé si porque los interrogatorios no eran buenos, porque la perversión de los tipos era tanta que provocaba repulsión o porque la sensación de derrota no era tan grande como la que había después, cuando caí en la Esma. Quizá también influyera que aunque Camello estaba cantando, lo recagaban a trompadas igual que a todos. Su condición de buche no parecía servirle de mucho porque estaba tirado ahí entre nosotros y cobraba igual que nosotros.
El Turco Julián, el peor. El trato en la leonera era espantoso. Todas las guardias eran una mierda, pero la del Turco Julián (Julio Simón) era la peor. De arranque tomaba lista, te hacia dar un paso al frente y te recontracagaba a trompadas. Le pegaba a todos, democráticamente. Y no sólo él pegaba, pegaba toda la guardia. Después te hacían hacer "ejercicios vivos". Pensá que estábamos con las manos atadas a la espalda y vendados, así que nos caíamos uno arriba del otro. Además de algún pedacito de pan, en todo el tiempo que pasé ahí lo único que nos dieron de comer fue polenta. Y el Turco nos la meo. Lo dijo en voz alta: "A los montos le voy a mear la polenta". Y nos la meó nomás. No lo vimos, pero escuchamos el ruido. Y nos dimos cuenta por el gusto.
El Turco Julián ponía música y nos ordenaba: "Bailen en pareja". Yo bailaba –es un decir, Pensá que estábamos atados– con El Gordo David. Tenían un tipo que le decían "El Mogo" al que nunca vi. Lo traían, te soltaban las manos y te decían: "Pegale". Y uno, con los ojos vendados, decía: "No, señor, cómo le voy a pegar". Pero si no le pegabas al tipo, al que evidentemente tenían agarrado entre varios, te cagaban a trompadas a vos. Así que le pegabas. Yo no sé si el tipo era mogólico, pero lo que si, parecía mudo, porque bufaba pero jamás decía nada. Como naturalmente le empezabas a pegar despacio, pum, cobrabas. "No, así no", te decían los de la guardia."Pegale más fuerte". Todo esto enfrente de todos los prisioneros, que no podían ver pero si escuchar, y de toda la guardia. Era un espectáculo para ellos. Entonces le pegabas al “mogo” un par de piñas y te decían: "Uh, se está enojando". Y dos piñas después te ataban de nuevo las manos y alguien ordenaba "Ahora soltalo". Y entonces "El Mogo" te destrozaba a trompadas... Algunos decían que era el propio Turco Julián el que se dejaba pegar, no lo sé. Para ellos era como un juego...
El pibe de los astilleros.También obligaban a que los detenidos se chuparan la pija uno al otro. Y si te negabas te recagaban a palos. O a cadenazos, Porque Julián andaba con una cadena y te cagaba a cadenazos. Es inimaginable lo hijos de puta que eran. Entre nosotros había cuatro o cinco obreros de Astarsa, creo que cinco. Y una vez que el Turco nos estaba bailando, obligando a hacer ejercicios, uno de ellos se cayó y se golpeó mal. Y entonces va y le dice "levantate, levantate, levantate" y como el chabón no se podía levantar, le empezó a pegar con la cadena mientras le gritaba "levantate hijo de puta, levantate", una y otra vez. Hasta que en un momento dijo "Ya está, se fue".
Un día nos estaban bailando, nos gritaban "Saltar para arriba", "salto de rana" y "Carrera, march" y se reían cuando chocábamos entre nosotros y con las paredes, y más se mataban de risa cuando nos pisábamos y nos caíamos. Y yo pateé el tacho de polenta y la tiré, y entonces me fajaron y un guardia me dijo "Ahora con el saco, me limpiás todo el piso". Así que tuve que sacarme el saco y pasarlo por todo el piso. Siempre con la venda puesta, sin ver nada.
Fuera del Turco Julián, que se mandaba la parte de todo lo que hacía, no podría reconocer a los demás guardias. Recuerdo únicamente que había uno apodado "Kung Fu" que era un monstruo.
En la leonera había mucha rotación de prisioneros y simulacros de fusilamientos todos los días. Con tiros. No lo sé con certeza, pero creo que una vez, efectivamente, mataron a un prisionero. Porque después del tiro se hizo un silencio mortal y después oímos que arrastraban un cuerpo.
Descubierto. Con el Gordo David siempre nos encontrábamos. Era como que nos olíamos. Pasábamos el tiempo juntos, pegados. Y casi siempre que nos bailaban, bailábamos juntos. Un día, buscándolo. lo toqué y él me dice: "¿Quién sos?". Y yo le digo "Quique". ¿Vos podés creer que había un hijo de puta escuchándonos. Y me grita: "Así que vos eras inocente, que no tenías nombre de guerra, te descubrí hijo de puta". Toda mi coartada se me había caído por pelotudo. Me arrastraron a la parte de adelate y el chabón estuvo como dos horas dándome máquina. Porque si, casi sin hacerme preguntas. Me decía "Así que no tenías nada que ver, así que sos Quique y no tenés nada que ver". Pero no me preguntaba nada. Me dio máquina por puro gusto.
Otro día vuelven a sacarme de la leonera y a llevarme adelante... Yo la historia del comisario Cavani la tenía como sumergida. Me decía que no había servido para nada. Pero resulta que mi tío era entonces el jefe de la Delegación Córdoba de la Federal, lo que ellos llaman “un poronga”, me dijeron que era el quinto o el sexto cargo en importancia dentro de la Federal. Estaba vinculado con lo que había sido el Comando Libertadores de América, toda esa basura. Pero se había movido por mí a pedido de mi viejo, su primo. No sabían dónde había caído, así que ambos habían ido a la comisaría 20ª, y de ahí derecho a Coordina, la Superintendencia (SSF). Mi viejo me contó que estuvieron en el despacho del jefe, un horrible que les negó que estuviera ahí. "Mire, jefe, yo si estuviera acá, se lo entregaría, pero no lo tengo. Si no me cree, vaya y revise piso por piso", le decía a mi tío.
La despedida. A mi largaron un martes (15 de junio). El jueves anterior me habían sacado de los pelos y llevado adelante, a dónde daban máquina, Me recontracagaron a palos y de postre, después de una paliza infernal, me dicen "Te vamos a largar, te vas a ir de acá". Y me llevaron de nuevo a la leonera. Yo me aferré a esa posibilidad. Y cuando lo vi al Gordo David, le conté lo que había pasado. Y él me dijo "Qué suerte, qué bien, ojalá sea cierto". Yo estaba mal, muy golpeado, como el orto. Después de minutos de silencio, él me dijo: "Si salís, decile a los compañeros que sigan peleando para que nosotros podamos seguir viviendo acá adentro. Y también pediles por favor que pongan un caño, que volemos esto a la mierda".
Parecen cosas antagónicas ¿no? Pero quizá no lo fueran tanto. La cosa es que yo me salvé raspando, con lo justo, porque al día siguiente (los Montoneros) le pusieron el caño al general (Cesario) Cardozo (jefe de la PFA desde el 24 de marzo de 1976, asesinado con una bomba colocada debajo de su cama la noche del 16 de junio). Y 16 días más tarde, el 2 de julio le pusieron el caño a la Superintendencia. Fue uno tras otro.
Tengo clarísimo que no me hubieran soltado después de la muerte de Cardozo, ni hablar después de la bomba en el comedor. Me estremezco al imaginar el terror que debe haber corrido ahí adentro en esas dos fechas...
Vuelo nocturno. Me hicieron bañar con un chorrito de agua, me sacaron la venda y me pude ver en un espejo. Casi no me reconocí de lo hecho mierda que estaba. Tenía la nariz muy infectada. "No te preocupés -me dijeron- te vas a poner bien". El trato era mucho mejor. Me puse el saquito, que estaba hecho mierda, lleno de polenta y de sangre, me fajé con un pedacito de frazada, me puse los pantalones sin los calzones y las medias, que no sé por qué me las habían devuelto después de darme picana por última vez. Estaban mojadas y estiradísimas pero salí con las medias puestas. Encontré un pucho aplastado ahí, y como ya estaba cebado, dije "Guardia ¿me puede dar fuego?". Me fumé ese fasito y me metieron en un tubo.
Tardaron en venir a buscarme. Me dijeron "Ahora te vas en libertad" pero se me cruzó por la cabeza que acaso... es que habian boleteado como a perros a tantos compañeros después de decirles que los ponían en libertad... Me vendaron los ojos, me ataron las manos adelante, me metieron en el montacargas y me hicieron subir a la caja de una camioneta, posiblemente una F-100, que, según pude pispear, tenía cúpula. En un momento se ve que nos cruzamos con la comitiva de Videla porque escuché "Mirá, mirá, mirá... Ahí va el presidente", una cosa así. Con admiración, era su jefe. Hasta que en un momento me hacen bajar de la camioneta. Pisé pasto y me dijeron "Arrodillate". Te juro que, después de todo lo que había pasado, fueron los peores segundos de mi vida. Esperaba el tiro, pero me pegaron una patada en la espalda y me fui de cara contra el piso. Entonces me dijeron "Contá hasta cien". Lo hice, me levanté, me saqué la venda, miré al cielo y aunque era de noche, pasaba un avión.
El regreso. Me fui a tomar el tren a la estación Lisandro De la Torre. Descalzo. Tenía pánico de que a causa de mi aspecto deplorable volviera a agarrarme la cana. No tenía un mango, vi una chapa que decía "Club de Actividades Racionales" y toque la puerta. Salió un pibe y le dije "¿Podés llamar a tu papá?". Yo ya había preparado un verso, "Me robaron, me pegaron, por favor déjeme llamar por teléfono", pero el tipo me cortó: "Esta es mi única ayuda", me dijo, y me dio la plata justa para tomarme un colectivo. Le dije que quería hablar por teléfono a mi casa, pero me dijo que no tenía teléfono y me cerró la puerta en la cara. Seria racional, el hombre, pero era bastante hijo de puta ¿no?. Así que me fui a tomar el tren. Había muy poca gente. Debía ser el último tren. Estaba tan perdido que no sabía de qué lado tomarlo. Cuando llegó uno y vi que salía el guardia corrí hasta él. “¿A Retiro”, le pregunté, y como asintió le dije "No tengo boleto". Me miró y sentí que me entendía. Me dijo "Pibe, no te preocupés, sentate y viajá a dónde sea".
Cuando llegué a Retiro corrí por el andén. Un pibe me abrió la puerta de un taxi y le di la monedita que me había dado el turro racional, y le dije al chofer "Hasta Moreno y Loria", dónde vivía mi viejo. El taxista no tuvo mejor idea que agarrar la Nueve de Julio, doblar por Moreno y pasar por delante de la Superintendencia… ¿Lo podés creer?