martes, 6 de julio de 2010

Un caudillo maquillado por la muerte

Por Alejandra Dandan
El gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, despidió a Carlos Juárez con los honores de un ilustre. Aunque encontró el modo de evitar ceder la Legislatura para la ceremonia fúnebre, decretó tres días de duelo, dispuso la guardia de honor de la policía y ordenó que las banderas de las escuelas y organismos públicos se mantuvieran izadas a media asta en señal de duelo. Pero no sólo eso. En los fundamentos del decreto, recordó al caudillo y ex gobernador como un “distinguido ciudadano” y “notable político” con “vocación de servicio” y consideró “lamentable” su desaparición. Juárez, arquitecto de un modelo que le permitió dirigir la provincia durante cincuenta años, fue el primer mandatario investigado por crímenes de lesa humanidad cometidos antes del golpe de 1976. Estuvo preso y procesado por una desaparición, y a la hora de su muerte estaba imputado por la desaparición de otras doce personas, por torturas y 45 privaciones ilegales de la libertad. Ese es el Juárez que los rituales de la muerte parecieron invisibilizar. Para los organismos de derechos humanos locales, las banderas a media asta son un mensaje “desmoralizador” en la construcción de la tan trabajosa memoria santiagueña.
“Carlos Juárez fue un personaje nefasto”, dice Luis Garay, ex detenido político y encargado del Instituto de la Memoria. “Ocupó con acuerdos de muchos sectores el poder durante 50 años en los que produjo retraso político, económico y social, y su estilo no tuvo nada que ver con la democracia, sino con un fascismo concreto. Gobernó con una política unipersonal y una policía fuerte que controlaba todo, se llevó trece dirigentes políticos y después participó de la represión.”
Juárez no se fue solo del poder ni como resultado de una elección. Hubo un doble crimen, marchas del silencio, un archivo de espionaje secreto de 40 mil expedientes y la intervención federal de 2004. Nada de eso se refleja en las cuatro páginas de avisos fúnebres publicadas en el diario El Liberal después de su muerte, las colas para despedir el cuerpo y el decreto de Zamora.
El gobernador de Santiago del Estero firmó el decreto 1016 el sábado pasado. Juárez había muerto el viernes por un cuadro de neumopatía. Tenía 94 años. Zamora fundamentó el decreto en cuatro párrafos. “Que la vasta trayectoria institucional de este distinguido ciudadano y notable político –dice el decreto– está signada por su capacidad de trabajo y vocación de servicio demostrado en todas las facetas de su vida pública y privada, ganándose de este modo el reconocimiento y afecto popular.” Que, continúa, “en consecuencia es deber ineludible del gobierno rendir el justo y postrer homenaje manifestando su más profundo pesar con motivo de su lamentable desaparición y expresando sus condolencias a sus familiares más próximos”.
Para los organismos de derechos humanos, Juárez se murió en silencio e impune. “Lo que es lamentable es que haya fallecido a pocos días de que se iniciara el primer juicio por su responsabilidad en los crímenes de lesa humanidad, en los cuales la Secretaría de Derechos Humanos lo tenía querellado”, dijo Luis Alen, subsecretario de Derechos Humanos de Nación.
Nada de eso dice el decreto.

Zamora llegó al gobierno con un frente cívico, integrado en gran parte por ex juaristas. Fue segundo de un intendente radical que abandonó la municipalidad en la crisis de 2001. Asumió. Mantuvo un conflicto con los empleados durante ocho meses hasta que, dicen, un acuerdo con Juárez le garantizó el acceso a los fondos y la supervivencia política. El dato es mencionado por sus ocasionales aliados para encuadrar no sólo el decreto, sino un gesto que simbolizaría su debilidad política.
“Estamos revisando aquello de muerto el perro se acabó la rabia”, dice Cristina Torres, ex detenida política. “Esta nueva situación, en la que apareció un supuesto apoyo de la clase media a Juárez, es muy llamativa, es un nuevo fenómeno que demuestra que esa cultura política persistió y que hace falta mucha decisión para profundizar los mecanismos de la democracia, porque habremos cambiando de personas pero no de formas de construcción.”

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