viernes, 21 de agosto de 2009

37 años de la masacre de Trelew


El silencio de la Marina

La base Almirante Zar de la Marina, donde se asesinó a los 16 guerrilleros

Por Osvaldo Bayer

Cuesta pensarlo, cuesta finalmente entenderlo. Y no se entiende. La ferocidad, la brutalidad, la vocación del crimen. ¿Qué calificativo cabe para sus autores? En una Argentina católica, apostólica, romana. Donde todos los miembros de nuestras fuerzas armadas, sin excepción, han tomado la primera comunión y por supuesto se han casado por la iglesia, y se confiesan regularmente. Lo de Trelew es sólo imaginable en Siberia, en un relato de Dostoiewski. Diecinueve prisioneros –mujeres y hombres, todos jóvenes; Ana María Santucho, encinta de ocho meses– son mantenidos en calabozos, molestados, desnudados, maltratados, para luego fusilarlos impunemente. Los fusiladores son oficiales y suboficiales de la Marina de Guerra. Mientras se asesina a los presos, se los insulta. ¿Qué educación recibieron esos marinos? ¿Qué conducta llevaban y llevan esos marinos en sus hogares?
Después del bárbaro asesinato, la mentira. Se inventa una subversión, se aplica la ley de fugas. Los comunicados de los altos jefes de la Marina, aceptados y elogiados por el propio presidente de la Nación, general Lanusse, hombre probo y religioso, según sus biógrafos.

Pero, ¿y después? ¿Qué se hizo después cuando retornó la democracia?: ¿se juzgó a los asesinos? ¿Se esclareció el hecho hasta sus últimas consecuencias? No, nada de eso, todo siguió su camino habitual. Los muertos, muertos están. Al contrario, se protegió a los dos asesinos máximos del hecho: el capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y el teniente de fragata Roberto Guillermo Bravo fueron enviados a la embajada argentina en Washington a "hacer cursos". Hoy los asesinos estarán paseando sus nietos por los parques de la Recoleta con una buena pensión en el bolsillo. De los 16 jóvenes asesinados en forma tan vil, queda esa última foto. En el aeropuerto de Trelew. Están todos expectantes. Entre la vida y la muerte. Tienen un rasgo de nobleza que los marinos de guerra pagarán con falsa moneda. Los revolucionarios no toman rehenes para después negociarlos por su libertad. No. Prefieren entregarse y no crear más problemas. Ya se ha llegado al pacto: ellos se entregan y el capitán de corbeta Sosa los devolverá al penal de Rawson. Pero el marino de guerra argentino los traiciona como lo pudiera sólo hacer un villano de la peor especie... El transporte se dirigirá directamente a la base naval del lugar. Allí los asesinarán.


No hubo ningún oficial de la Marina de Guerra que protestara o pidiera la baja ante tal ignominia realizada por jefes de esa arma. Todos se callan la boca. Y tal vez aplaudan la ignominia. Después serán proclamados "héroes de Malvinas" por Hadad en Radio Diez. El ministro del Interior de ese gobierno de Lanusse es nada menos que el radical Mor Roig, íntimo de Ricardo Balbín. Mira hacer y se calla la boca. Igual que el tuerto Gómez, ministro de Yrigoyen cuando el Ejército Argentino fusiló a centenares de gauchos, peones rurales, en la Patagonia. Los dos ministros radicales no oyeron, no vieron, no comentaron. Tradición democrática. Traición a la República.
Pero la valentía armada de esa tragedia tendrá su fin operístico de máxima cobardía. Serán atacados con tanques los velatorios de los fusilados. Además nuestra valiente policía al mando del comisario general Villar les sacudirá una paliza indecible a las madres y hermanas de los fusilados, que defienden a sus muertos. Esa orden la dio el general Sánchez de Bustamante, que ganó esa única batalla de su vida contra los deudos de los asesinados y las velas de luto. Ah, general, con ese apellido, usted ha pasado para siempre a la historia del ejército sanmartiniano.

Las heroicas avanzadas de la Patria se llevaron hasta los ataúdes. Siempre en perfecto orden y con gesto altruista. No será éste hoy un análisis ni histórico ni sociológico. Expresará toda nuestra sorpresa ante el proceder sanguinario y traidor de la Marina de Guerra argentina. Y la profunda torpeza y oportunismo que atestiguan el hecho de que el último decreto de Lanusse como presidente de facto será otorgarle un sobresueldo especial al capitán de corbeta Sosa y al teniente Bravo para que la pasen bien en Estados Unidos. Así terminó su mandato Lanusse, mandato que había robado a la democracia argentina. Un final muy digno del señor general.

Hemos querido hacer un análisis ético, en esta Argentina de hoy sin ética. Si todavía se tiene dignidad habría que obligar al comandante de la Marina, a hacer un juicio de la verdad acerca del crimen de Trelew. Es la propia Marina la que tiene que dejar en claro quiénes fueron los responsables y los culpables directos. Alejar para siempre de ese cuerpo uniformado a los asesinos calificándolos de indignos traidores a la Patria. Y en la base naval almirante Zar de Trelew levantar una escultura que recuerde la tragedia del cobarde fusilamiento de prisioneros. Y que en esa escultura se haga alusión precisamente a que entre los asesinados figuraba una criatura a quien le faltaba apenas un mes para nacer del vientre de la joven Ana Villarroel de Santucho.

Luis Emilio Sosa, el fusilador

Sosa, el capitán de corbeta. Sosa, el que se comprometió -en presencia de un juez y frente a testigos- a trasladar a los evadidos nuevamente al penal de Rawson, Sosa, el que les garantizó que no los recluiría en la Base Aeronaval Almirante Zar. Sosa, el que se mostró ofendidísimo cuando los presos políticos le manifestaron que su negativa a quedar detenidos en una base de la Marina obedecía a experiencias personales de torturas y vejámenes por parte de personal de esa fuerza. Sosa, el mismo que se asombró porque alguien pudiera temerle. Sosa, el mismo que traicionó su palabra de ¿honor? y apenas los diecinueve jóvenes se entregaron, después de deponer sus armas, los subió a un colectivo para hacer exactamente lo opuesto a aquello que había pactado. Sosa, el que se sintió dueño y señor de hacer su voluntad y que los depositó, seguramente con regocijo, en la Base Aeronaval donde consumaría su masacre.


El asesino de Trelew
Capitán de Corbeta Luis Emilio Sosa
¿Quién es este Sosa ¿Dónde está? Sosa? ¿Dónde lo escondieron? El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa recibió adiestramiento en Fort Gulick, Panamá.
¿Lo adiestraron para qué? Para ser un idóneo en la "lucha antiguerrillera".
Aprendió bien.
Cuando mata, mata.

Ahora, para mentir hace falta un poquito de inteligencia, y de eso no pudieron inyectarle en Fort Gulick.
En la revista Marcha, del 8 de setiembre de 1972, en la nota titulada Trelew.. la obra de los marines, Martín Virasoro refiere, con bronca contenida pero explícita, la insólita versión suministrada por el capitán de corbeta de que los evadidos habían muerto en un intento de fuga en un relato totalmente inverosímil, al que Virasoro describe como "cuento infantil el relato del militar que asevera que "el guerrillero Pujadas, mediante un golpe de karate lo arrojó al suelo (a Sosa) y le quitó el arma, no obstante lo cual él, Sosa, logró zafarse y dio la orden de reprimir suena raro definitivamente". Y continúa: "Diecinueve a cero es una cifra concluyente para estimar que Sosa es una especie de Batman, si no fuese porque corresponde simplemente denominarlo con el nombre correcto: criminal, asesino, psicópata. Pujadas y el resto del grupo, incluida la mujer de Santucho, grávida de ocho meses, sabían perfectamente que no tenía sentido alguno pretender huir, como lo asevera la versión oficial. Ni estando completamente locos podrían tener la esperanza de que, dada la voz de alarma, pudiesen hacer nada, aun con una metralleta, contra los dos mil hombres de la guarnición, contra los tanques, los carriers, las tanquetas. Y menos todavía en la inhóspita zona a la que debían ingresar, supuesto de que hubiesen logrado salir de la Base. Por eso soportaron todas las provocaciones, escupitajos incluidos del capitán Sosa El cronista de Marcha saca la conclusión más coherente: "Sosa la pensó bien, No debía haber soldados conscriptos. Sólo oficiales y suboficiales de los más fieles, los más gorilas. Por eso eligió la hora que eligió. Nada de testigos que, al volver a ser civiles al terminar la conscripción, no puedan con su conciencia y refieran la verdad. De todos modos la imaginación gorila es corta para todo lo que no sea represión y violencia.
De ahí que, alrededor de las 4 de esa madrugada, cuando Lanusse fue despertado telefónicamente por el general Betti, quien le refirió la primera versión (la de Sosa), estalló en los más gruesos improperios del repertorio de la caballería y los coronó con preguntas tales como: ¿Ni siquiera cinco heridos, general?; ¿cómo, tampoco uno solo entre los nuestros con heridas ¿Qué le vamos a decir al país ahora?-.
Aunque a las Fuerzas Armadas nunca les importó dar explicaciones creíbles, la de Sosa era tan pueril que hasta a los más recalcitrantes representantes de la dictadura los dejaba sin respuestas. Cuando el contralmirante Hermes Quijada concluyó de brindarle a la prensa otra versión oficial (parecida, pero diferente), un periodista le preguntó si Sosa estaba herido. La respuesta de Quijada -que como se recordará tuvo su bautismo como aviador naval ametrallando a los civiles en la Plaza de Mayo el 16 de junio de 1955- sonó tan absurda como la versión: "No puedo contestar. Es secreto de sumario". La nota de Virasoro concluye con una gráfica sentencia: "El capitán de corbeta Sosa no es un torturador, no le gusta eso. Prefirió el nombre de asesino".

Y a Sosa, el fusilador, no se lo volvió a ver por los alrededores de Trelew. Ni por ningunos otros alrededores. Se tejieron muchas versiones: que la Marina lo guardaba" para protegerlo era una de ellas. Otra decía que lo "guardaba" para utilizarlo en situaciones similares, que era un "duro" entrenado para "misiones especiales" (léase asesinar a víctimas indefensas). Lo cierto es que no se supo nada de él.

Pero el Boletín Oficial de la República Argentina, que registra a diario los textos de decretos, leyes y resoluciones del Gobierno, publicó en junio del 73 el último decreto firmado por Lanusse a sólo veinticinco días de entregar el poder: el 30 de abril de 1973 la dictadura lanussista parió el decreto 3.495 cuyo el texto completo dice: VISTO, lo informado por el señor comandante en jefe de la Armada y lo propuesto por el Ministerio de Defensa y CONSIDERANDO: que es muy conveniente para la Armada Argentina que un oficial jefe realice el curso de infantería para Infantería de Marina, en los Estados Unidos de América; que por la naturaleza de la comisión, la misma no puede ser cumplida por integrantes de nuestra representación diplomática, debiendo estar integrada por personal seleccionado, teniendo en cuenta la necesidad de una continuidad de la experiencia que se obtenga y su futura actividad dentro del servicio; que la fecha de iniciación de la presente comisión está prevista a partir del 15 de mayo de 1973, con una duración de trescientos sesenta y seis (366) días, incluyendo los tiempos de traslados."que tal providencia se halla incluida en el programa de viajes al exterior - Armada Argentina- año 1973, a elevarse oportunamente al Poder Ejecutivo; Por ello, el Presidente de la Nación Argentina decreta:

Artículo 1º - Nómbrase para prestar servicios en la Agregaduría Naval a la Embajada de la República Argentina en los Estados Unidos de América y Canadá en "misión transitoria" y por el término de trescientos sesenta y seis (366) días, al señor capitán de corbeta de Infantería de Marina don Luis Emilio Sosa, a fin de que realice el curso de infantería para Infantería de Marina.

Artículo 2º - El citado oficial jefe, percibirá en compensación de todo gasto, hasta un máximo diario de cuarenta dólares estadounidenses (u$s 40).

Artículo Y - Los gastos que demanda la presente comisión deberán ser imputados a la partida del ejercicio 1973 que se indica: 2. 10; 52; 0.379; 1; 1233; 228; 01; 2.10; 52; 01; 0.379-1 1; 12; 1223; 2371, 13.
Artículo 40 - En las oportunidades que lo solicite el Comando en Jefe de la Armada, se procederá a girar los importes correspondientes a los haberes mensuales respectivos Artículo 5º - Por el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, se extenderá el pasaporte correspondiente.

Artículo 6º - Comuníquese, publíquese dése a la Dirección Nacional de Registro Oficial, al Tribunal de Cuentas de la Nació y a la Contaduría General de la Nación. anótese ,, archívese en el Ministerio de Defensa. Comando en Jefe de la Armada.

Dirección General del Personal Naval. Agustín LANUSSE, Carlos G.N. CODA, Eduardo E, AGUIRRE OBARRIO, Eduardo F. MCLOUGLILIN.
La revista Marcha, que en su edición del 30 de junio del 73 lo publicó íntegro, con el título de El último decreto de Lanusse hizo los siguientes comentarios: "Lanusse era Comandante en Jefe del Ejército; Coda, su colega en la Armada nacional; Agarre Obarrio, ministro de Defensa nacional; y McLouglilin, ministro de Relaciones Exteriores y Culto. El capitán Sosa era segundo jefe de la base aeronaval Almirante Zar, de Trelew, Chubut, la madrugada del 22 de agosto de 1972, cuando fueron fusilados a mansalva, sin juicio previo y sin aviso, dieciséis presos políticos, salvándose milagrosamente otros tres aunque con graves heridas. El valiente y pundonoroso marino, que ya había recibido instrucción "antiguerrillera" en bases de Estados Unidos con antelación a su hazaña del 22 de agosto, fue el oficial jefe que dirijio la matanza. Cumplido su patriótico deber, descansará de sus fatigas occidentales y cristianas en otra base yanqui, lejos de las miradas acusadoras de sus compatriotas y camaradas de oficio. El reposo del guerrero".

La pregunta que cabe es sobre qué antecedentes se lo consideró a Sosa "personal seleccionado" y, en todo caso, seleccionado para qué. Lo que es obvio, a la luz de los años de plomo que se vivirían en la Argentina, es para qué las Fuerzas Armadas sentían como imprescindible la necesidad de una continuidad (de la experiencia que se obtenga y su futura actividad dentro del servicio. En particular de los Sosa que repetirían una y otra vez, treinta mil veces, su accionar de machos bravíos.

Como para ratificar que Sosa aún continuaba en su período de reinstrucción antiguerrillera en una base yanqui, un escrito presentado en 1974 por el doctor Jorge Carlos Ibarborde -en respuesta a uno de los juicios entablados contra la Armada por la masacre de Trelew - daba cuenta de que el fusilador y sus cómplices "no podrian concurrir a declarar en las audiencias señaladas, por cuanto ,se encuentran en el extranjero" y, genti1mente, indicaba los domicilios de los homicidas para que, la parte que los propuso adopte las medidas que considere Capitán de Corbeta D. Luis Emilio Sosa. Agregaduría Naval Argentina S 1, 6 Corcoran St. N W. Washington D.C. - EE.UU.", el mismo domicilio consignaba para su brazo derecho y coejecutor en la Masacre de Trelew el Teniente de Fragata D. Roberto Guillermo Bravo".

Luego durante años, su paradero fue uno de los secretos guardados con más por la Armada. Según la revista Hechos y Noticias, del 19 de agosto de 1984 "durante la guerra de las Malvinas se sostenía que el fusilador estaba anclado en Puerto Belgrano. Un año más tarde, aparecía como agregado militar en la Embajada argentina en Honduras. Y ¡oh sorpresa!, con el advenimiento del gobierno democrático una foto de la agencia oficial Télam (de] 21 de junio último - 1984-) revela que el capitán de navío Luis Emilio Sosa está aquí, No usa más distintivo de Infantería de Marina ni de paracaidista militar; utiliza el del Crucero General Belgrano Sin embargo, esté donde esté, Sosa puede sentirse orgulloso. Ni la masacre de 23 de enero de 1989 contra los miembros del Movimiento Todos por la Patria (MTP) ejecutada en La Tablada por nuestras Fuerzas Armadas contra jóvenes que depusieron sus armas, ni la del 22 de abril de este año realizada por los centuriones de Fujimori contra los integrantes del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), en Perú, superan su hazaña.

Las lamentables excusas que "en nombre de la democracia y las instituciones" esgrimen los los justificadores de estas trágicas muertes sustentan el pobre argumento de que los subversivos estaban armados. Los muertos de Sosa eran detenidos políticos y estaban indefenso ni siquiera sospechaban que él tenía una guerra personal contra ellos, contra su juventud y sus utopías- los masacrados de Trelew, inermes, no sabían de su sed sangre, no conocían su vampirismo. Si aún ronda por este mundo, el asesino Sosa puede sentirse seguro de que nadie batió su récord, aunque sus fusilamientos no hayan sido transmitidos por televisión.

Con la amnistía del 25 de mayo de 1973, Camps, Berger y Haidar salieron en libertad. Ese mismo día y cuando aún no habían abandonado la prisión, el poeta Francisco Urondo les hizo una larga entrevista donde relataron los fusilamientos. Dos de ellos fueron desaparecidos durante la dictadura de Videla, y Camps murió en un enfrentamiento.
Fuente: La Fogata

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